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Papa Francisco recuerda la Jornada Mundial de la Juventud y agradece su viaje a Panamá

Durante la audiencia general, celebrada en el Aula Pablo VI ante la presencia de miles de fieles, el Pontífice se refirió a su reciente viaje apostólico a Panamá, con motivo de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud sobre el tema: “Aquí está la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra”

Miércoles 30 de enero de 2019

Tras regresar el lunes de su viaje apostólico internacional a Panamá, el Santo Padre Francisco reanudó esta mañana, en el Aula Pablo VI del Vaticano, su acostumbrada audiencia semanal ante la presencia de casi siete mil fieles y peregrinos de los cinco continentes.

De entre los grupos más numerosos destacamos el de las familias italianas del mundo del espectáculo itinerante, la asociación del voluntariado europeo solidario, los miembros del Instituto Caetani de Cisterna de Latina, un grupo de sacerdotes franceses de la diócesis de Versalles, acompañados por Mons. Eric Aumonier, otro de peregrinos estadounidenses de Luisiana, Texas y California, miembros mexicanos del Instituto Juan Sebastián Elcano de Cartagena, parroquianos argentinos de Santa Rosa de los Andes y miembros del colegio San José de Coimbra en Portugal.

Como es habitual en estos casos, el Santo Padre trazó un balance de su viaje a Panamá, con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, que tenía como lema las palabras de María al Ángel: Aquí está la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra.

En primer lugar, el Papa dio gracias a Dios “por la presencia de tantos jóvenes que han contagiado a todo el País y a toda América Central con su alegría y su fe. Agradezco también a las autoridades, dijo, a los habitantes y a todos los voluntarios por su afectuosa acogida”.

Hablando en italiano espontáneamente, Francisco destacó que una cosa le llamó tanto la atención en Panamá fue que la gente levantaba en brazos s los niños. Cuando él pasaba con el Papamóvil, todos levantaban a los niños como para decir, “¡he aquí mi orgullo, he aquí mi futuro!”. Y “¡hacían ver a los niños – exclamó – y eran tantos!”. “Y los padres o las madres orgullosos de aquel niño”.

Entonces el Papa dijo que pensó en la gran dignidad de este gesto, y ¡cuán elocuente es para “el invierno demográfico que estamos viviendo en Europa! “El orgullo de aquella familia son los niños”, dijo. Y “la seguridad para el futuro son los niños”. “¡El invierno demográfico, sin niños, es duro!”.

Si bien el motivo de este viaje fue la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Bergoglio explicó que además del encuentro con los jóvenes tuvo la oportunidad de encontrarse con otras realidades del país, con las autoridades, los obispos, los jóvenes detenidos, los consagrados y una casa-familia. “Todo – dijo Francisco – fue como ‘contagiado’ y ‘amalgamado’ por la presencia gozosa de los jóvenes: una fiesta para ellos y una fiesta para Panamá, y también para toda América Central, marcada por tantos dramas y necesitada de esperanza y de paz, y también de justicia”.

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El Pontífice no olvidó decir que esta Jornada Mundial de la Juventud estuvo precedida por el encuentro de los jóvenes de los pueblos nativos y afroamericanos. “Un hermoso gesto, dijo, tuvieron cinco días de encuentro, los jóvenes indígenas y los jóvenes afrodescendientes”.

Y tras destacar que son muchos en aquella región, añadió que ellos fueron quienes abrieron la puerta a la Jornada Mundial de la Juventud. Lo que definió una iniciativa importante que ha manifestado aún más el rostro multiforme de la Iglesia en América Latina: “América Latina es mestiza”, dijo el Papa.

Ver desfilar juntas todas las banderas – recordó Francisco –, verlas danzar en las manos de los jóvenes felices de encontrarse, es “un signo profético, un signo contracorriente con respecto a la triste tendencia actual, la de los nacionalismos conflictivos, que levantan muros y se excluyen de la universalidad, del encuentro entre los pueblos”. “Es un signo – añadió –  de que los jóvenes cristianos son en el mundo levadura de paz”.

Tras aludir a la “huella mariana” de esta Jornada Mundial de la Juventud, el Pontífice destacó la etapa del Vía Crucis, es decir, “caminar con María detrás de Jesús que lleva la cruz” y que es escuela de vida cristiana, donde se aprende el amor paciente, silencioso y concreto.

Y añadió textualmente: “Les hago una confidencia: a mí me gusta mucho hacer el Vía Crucis, porque es ir con María detrás de Jesús. Y siempre llevo conmigo, para hacerlo en cualquier momento, un Vía Crucis de bolsillo, que me regaló una persona muy apostólica en Buenos Aires. Y cuando tengo tiempo, lo tomo y sigo el Vía Crucis. Hagan también ustedes el Vía Crucis, porque es seguir a Jesús con María en el camino de la cruz, donde Él dio la vida por nosotros, por nuestra redención. En el Vía Crucis se aprende el amor paciente, silencioso y concreto”.

Refiriéndose al culmen de la Jornada Mundial de la Juventud y de su viaje dijo el Papa que en la Vigilia, en aquel campo lleno de jóvenes que durmieron allí, y que a las ocho de la mañana participaron en la Misa conclusiva, se renovó el diálogo vivo con todos los chicos y chicas, entusiastas y también capaces de silencio y de escucha. Allí, recordó Francisco, pasaban del entusiasmo a la escucha y a la oración en silencio. A ellos – prosiguió – les propuse a María como aquella que, en su pequeñez, más que cualquier otra persona ha “influido” en la historia del mundo, y la hemos llamada la “influencer de Dios”.

Asimismo recordó que los jóvenes “no son el mañana”. “No – dijo Francisco – son el hoy para el mañana. No son el mientras tanto, sino el hoy, el ahora de la Iglesia y del mundo”. Por esta razón hizo un llamamiento a la responsabilidad de los adultos, para que no falten a las nuevas generaciones la instrucción, el trabajo, la comunidad y la familia. “Y ésta – agregó el Santo Padre – es la clave en este momento en el mundo, porque estas cosas faltan. “Instrucción, es decir, educación. Trabajo: cuántos jóvenes carecen de él. Comunidad: que se sientan acogidos en la familia y en la sociedad”.

Por último, el Santo Padre aludió al fuerte valor simbólico que tuvo la consagración del altar de la restaurada Catedral de Santa María La Antigua, que estuvo cerrada durante siete años. E hizo una analogía entre el Crisma que consagra el altar, que es el mismo – dijo – que unge a los que reciben el Bautismo, la Confirmación, a los sacerdotes y a los obispos. De ahí su deseo de que la familia de la Iglesia, en Panamá y en el mundo entero, tome siempre del Espíritu Santo nueva fecundidad, para que prosiga y se difunda en la tierra la peregrinación de los jóvenes discípulos misioneros de Jesucristo.

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