Jueves 7 de febrero de 2019
Marchar todos juntos en la misma dirección para ayudar a levantarse y a crecer en la esperanza a quienes lamentablemente han caído en la trampa del mal: fue ésta la invitación del Papa Francisco al personal de la Cárcel romana Regina Coeli, a quienes recibió en audiencia este jueves en el Aula Pablo VI. 600 los presentes, entre agentes de custodia, personal administrativo, médicos, educadores, capellanes y voluntarios, acompañados por sus familiares. Una “comunidad de trabajo que se pone al servicio de los detenidos de la cárcel” afirma el Papa iniciando su discurso, no sin antes agradecer las palabras del capellán y de la directora del instituto.
A cada uno de ellos el Santo Padre expresa su gratitud y la de la Iglesia por el trabajo que realizan junto a los detenidos. Una tarea, evidencia el Pontífice, “que necesita fuerza interior, perseverancia y consciencia de la específica misión a la que están llamados”.
“La cárcel es lugar de pena en el doble sentido de castigo y de sufrimiento y tiene mucha necesidad de atención y de humanidad”, afirma Francisco, para definir a continuación la “difícil tarea” conjunta que tienen que desarrollar la Policía Penitenciaria, Capellanes, educadores y voluntarios: curar las heridas de quienes por los errores cometidos se encuentran privados de su libertad personal. Y es esta “buena colaboración” entre los “diversos servicios de la cárcel” la que desarrolla una “acción de gran apoyo para la reeducación de los detenidos”, precisa el Santo Padre.
Reconociendo el duro trabajo que realiza el personal penitenciario, y figuras profesionales que “necesitan equilibrio personal y válidas motivaciones constantemente renovadas”, el Papa evidencia la complejidad de la tarea que realizan: de hecho, les dice, ustedes están llamados no sólo a garantizar la custodia, el orden y la seguridad del instituto sino también, muy a menudo, a vendar las heridas de hombres y mujeres que encuentran cotidianamente en sus secciones.
Francisco pone en evidencia que “nadie puede condenar al otro por los errores que ha cometido ni mucho menos infligir sufrimientos ofendiendo la dignidad humana” y habla de la necesidad de que las cárceles sean “siempre más humanizadas”, “Es doloroso escuchar, en cambio, que tantas veces son consideradas como lugares de violencia y de ilegalidad, donde arrecian las maldades humanas” lamenta el Papa.
El Santo Padre invita a no olvidar que muchos detenidos son solos, no tienen familia ni medios para defender sus propios derechos: “son emarginados y abandonados a su destino. Para la sociedad son individuos incómodos, un descarte, un peso”. Pero recuerda que “la experiencia demuestra que la cárcel, con la ayuda de los agentes penitenciarios, puede transformarse verdaderamente en un lugar de redención, de resurrección y de cambio de vida”, posible a través de “caminos de fe, de trabajo y de formación profesional, pero sobre todo, de cercanía espiritual y de compasión, siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, que se inclinó a curar al hermano herido”. Una “actitud de cercanía” que encuentra su raíz en el amor de Cristo, dice Francisco, y que puede favorecer en los detenidos “la confianza, la conciencia y la certeza de ser amados”.
Al despedirse el Pontífice asegura a los presentes su afecto “que es sincero” – precisa – y su oración para que puedan contribuir con su trabajo a “lograr que la cárcel, lugar de pena y sufrimiento, sea también laboratorio de humanidad y esperanza”.