Sábado 31 de marzo de 2018
“Inmersos en la oscuridad de esta noche y en el frío que la acompaña, sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras”. Con estas palabras el Papa Francisco inició su homilía de la celebración de la Vigilia Pascual, que presidió en una Basílica de San Pedro envuelta por un ambiente de reflexión, en este Sábado Santo en el cual los cristianos profundizan sobre la Pasión y Muerte del Señor, y esperan en oración velante su Resurrección.
En alusión a las horas posteriores a la muerte de Jesús, donde el dolor y el miedo paralizaron a los discípulos, “que callaron frente a la injusticia, las calumnias y el falso testimonio que condenó al Maestro”, el Santo Padre planteó un interrogante fundamental, invitando a los cristianos de hoy a preguntarse:
“¿Qué decir ante tal situación?”, puesto que al igual que miles de años atrás los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor de Jesús, escondiéndose, escapando, callando... (cfr. Jn 18,25-27); también en la actualidad de nuestros tiempos, “el discípulo de hoy permanece enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer; que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos, un discípulo que vive atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al siempre se hizo así».
Asimismo, el Pontífice explicó que a pesar de nuestros silencios tan contundentes, la piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino.
“Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio.
Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte; y así dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6).
“Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad: ¡No está aquí…ha resucitado!”, añadió el Sucesor de Pedro destacando el valor de este anuncio “que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad”.
Por otra parte, el Obispo de Roma, profundizó sobre el sentido del sepulcro vacío de Jesús, que interpela constantemente a hombres y mujeres de todos los tiempos y de todas las generaciones, a no dejarse vencer por la indiferencia y lograr ahondar en el misterio más grande la humanidad:
“La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia”, dijo Francisco, reiterando que Jesús resucitó de la muerte, “resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres que llegaron al sepulcro— para hacernos tomar parte de su obra salvadora”.
El Papa concluyó su homilía recordando que celebrar la Pascua, “es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos”; y que por consiguiente “celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza”.
Y antes de proseguir con la ceremonia, el Pontífice propuso una cuestión “dirigida a todos allí donde estemos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos”: ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?
Una pregunta a la que cada uno debe responder, a través de un encuentro profundo con Dios, que en cada Pascua nos desvela el misterio más grande de su amor por la humanidad, un Dios que vuelve a decirnos: “¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme”.